Desde un punto de vista práctico, siempre existe la posibilidad de contemplar el cuerpo humano como un sistema ordenado según las leyes de la Física. Este sistema responderá a estímulos y tenderá a mantener siempre un determinado orden o configuración. De hecho es lo que ocurre en la célula con el potencial de membrana: se comporta como un sistema de intercambio mediante cargas eléctricas. Nutrientes como el sodio y el potasio utilizan este mecanismo para alimentar a la célula. Este mecanismo sigue la ley de polarización y repolarización y sigue unas determinadas normas, necesita un umbral mínimo, sigue la ley del todo o nada, y consume primero y genera después una determinada energía. Podemos aceptar entonces nuestra capacidad de intervenir en este sistema mediante un impulso eléctrico que pueda provocar determinados cambios. Si utilizamos frecuencias, intensidades, resistencias o capacidades similares a las del potencial de membrana celular, estaremos actuando fisiológicamente, es decir nos comunicaremos, nos “entenderemos” con la célula en un lenguaje que conoce y acepta, y seremos bienvenidos. La comunicación fluirá de dentro hacia fuera.
Entendiendo este simple sistema y aceptando a la célula como un holograma del cuerpo humano, podemos inferir que lo que se cumple para ella se cumple para el conjunto del organismo, y así es en realidad.